4.3 EL ESPÍRITU DEL HOMBRE
Hay una desafortunada confusión en la mente de mucha gente entre el alma y el espíritu. Esto se ve agravado por el hecho de que en algunos idiomas y traducciones de la Biblia, las palabras ‘alma’ y ‘espíritu’ tienen sólo un equivalente. El ‘alma’, que fundamentalmente se refiere a todos los componentes de una persona, a veces se puede referir también al espíritu. Sin embargo, normalmente hay una diferencia en significado entre ‘alma’ y ‘espíritu’ según se usa en la Biblia; el alma y el espíritu tienen "fronteras" (He. 4:12 – Biblia de Jerusalén).
Las palabras hebrea y griega para ‘espíritu’ (‘Rúaj’ y ‘Pneuma’ respectivamente) también se traducen de las siguientes maneras:
vida; espíritu; mente; viento; aliento
En el Estudio 2.1 analizamos la idea de ‘espíritu’. Dios usa su espíritu para preservar la creación natural, incluyendo al hombre. Por lo tanto, el espíritu de Dios que está dentro del hombre es la fuerza de vida que está en su interior. "El cuerpo sin espíritu está muerto" (Stg. 2:26). "Jehová Dios... sopló en su nariz [de Adán] aliento [espíritu] de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Gn. 2:7). Job dice que el "hálito de Dios" está "en mis narices" (Job 27:3 compárese con Is. 2:22). Por lo tanto, el espíritu de vida que está dentro de nosotros se nos da al momento de nacer y permanece con nosotros mientras nuestro cuerpo esté vivo. Cuando se retira el espíritu de Dios de algo, esto perece inmediatamente, el espíritu es la fuerza de vida. Si Dios "recogiese así su espíritu y su aliento, toda carne perecería juntamente, y el hombre volvería al polvo. Si, pues, hay en ti entendimiento, oye esto" (Job 34:14-16). Esta última frase sugiere de nuevo que para el hombre es muy difícil aceptar esta exposición de su verdadera naturaleza.
Cuando, al momento de nuestro fallecimiento, Dios retira de nosotros su espíritu, no sólo muere nuestro cuerpo sino que cesa nuestra consciencia completamente. El conocimiento de esto llevó a David a confiar más bien en Dios que en criaturas tan débiles como son los seres humanos. Salmos 146:3-5 es un duro rechazo a las pretensiones del humanismo: "No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento [espíritu], y vuelve a la tierra [el polvo del cual estamos hechos]; en ese mismo día perecen sus pensamientos. Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob".
Al morir, "el polvo volverá a la tierra, como era, y el espíritu volverá a Dios que lo dio" (Ec. 12:7). Anteriormente hemos mostrado que Dios está presente en todas partes por medio de su espíritu. En este sentido, "Dios es Espíritu" (Jn. 4:24). Cuando morimos "damos el último suspiro" en el sentido de que el espíritu de Dios, que está dentro de nosotros, nos deja. Ese espíritu es absorbido por el espíritu de Dios que se halla a nuestro alrededor; de este modo, al morir, "el espíritu volverá a Dios".
Debido a que el espíritu de Dios sostiene a toda la creación, este mismo proceso sucede a los animales. Hombres y animales tienen el mismo espíritu, o fuerza de vida, en su interior. "Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración [espíritu] tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia" (Ec. 3:19). El escritor pasa a decir que no hay diferencia visible entre el espíritu de los hombres y el de los animales referente al lugar a donde van (Ec. 3:21). Esta descripción de que los hombres y los animales tienen el mismo espíritu y mueren la misma muerte, parece aludir a la descripción de cómo hombres y animales que tenían el espíritu de vida de Dios (Gn. 2:7; 7:15), fueron destruidos con la misma muerte en el diluvio: "Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices... murió.... fue destruido todo ser que vivía" (Gn. 7:21-23). De paso note cómo Salmos 90:5 compara la muerte con el diluvio. El relato de Génesis 7 muestra claramente que en términos fundamentales el hombre pertenece a la misma categoría de "toda carne... todo ser viviente". Esto se debe a que en su interior el hombre tiene el mismo espíritu que tienen los animales.
Algunos han argumentado que el hecho de que Dios sopló su espíritu en el hombre implica que por naturaleza tenemos inmortalidad dentro de nosotros. Esto no es así. El hecho de que Dios soplara en Adán el espíritu/poder de vida significa que el se convirtió en una criatura viva; pero este hecho es citado en 1 Co. 15:45 como prueba de que Adán era mortal; él era sólo un alma viviente, una criatura viva, pero era mortal comparado con la inmortalidad del Señor Jesús.
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