jueves, 3 de febrero de 2011

MARIA A LA LUZ BIBLICA

 "¿Qué dice la Biblia acerca de la virgen María?"

María, la madre de Jesús era una mujer quien fue descrita por Dios como “muy favorecida” (Lucas 1:28). La frase “muy favorecida” viene de una palabra griega, que significa esencialmente “mucha gracia”. María recibió la gracia de Dios. La gracia es “un favor inmerecido”, significando que es algo que recibimos a pesar del hecho de que no lo merezcamos. María necesitaba de la gracia de Dios, al igual que el resto de nosotros. María misma comprendió esta hecho, al declarar en Lucas 1:47, “Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.” María reconoció que ella necesitaba ser salvada, que ella necesitaba a Dios como su Salvador. La Biblia nunca dice que María fuera otra cosa que una humana ordinaria, a quien Dios eligió utilizarla de una manera extraordinaria. Sí, María era una mujer justa y favorecida (con gracia) por Dios (Lucas 1:27-28). Al mismo tiempo María también fue un ser humano pecador, como todos los demás, que necesitaba a Jesucristo como su Salvador, al igual que todos los demás (Eclesiastés 7:20; Romanos 3:23; 6:23; 1 Juan 1:8).

María no tuvo una “inmaculada concepción” – no hay una razón bíblica para creer que el nacimiento de María fue otra cosa que un nacimiento humanamente normal. María era una virgen cuando dio a luz a Jesús (Lucas 1:34-38), pero la idea de una virginidad perpetua de María es anti-bíblica. Mateo 1:25, hablando de José, declara, “Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús.” La palabra “hasta” indica claramente que José y María tuvieron una unión sexual después del nacimiento de Jesús. José y María tuvieron varios hijos juntos después de que Jesús nació. Jesús tuvo cuatro medios-hermanos; Jacobo, José, Simón, y Judas (Mateo 13:55). Jesús también tuvo medias-hermanas, pero no se mencionan sus nombres o el número de ellas (Mateo 13:55-56). Dios bendijo y favoreció a María dándole varios hijos, lo cual en esa cultura era una clara indicación de la bendición de Dios hacia una mujer.

Una ocasión en que Jesús estaba hablando, una mujer de entre la multitud exclamó, “Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste” (Lucas 11:27). Nunca hubo una mejor oportunidad para que Jesús declarara que María era en realidad digna de alabanza y adoración. ¿Cuál fue la respuesta de Jesús? “Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.” (Lucas 11:28). Para Jesús, la obediencia a la Palabra de Dios era MAS IMPORTANTE que el ser la mujer de quien nació. En ninguna parte de la Escritura Jesús, o alguien más, dirige alguna alabanza, gloria o adoración a María. Elisabet, la pariente de María, alabó a María en Lucas 1:42-44, pero su alabanza estaba basada en el hecho de que María daría a luz a Jesús. No estaba basada en ninguna gloria inherente en María.

María estuvo ahí en la cruz cuando Jesús murió (Juan 19:25). María estuvo con los apóstoles en el día de Pentecostés (Hechos 1:14). Sin embargo, María nunca vuelve a ser mencionada después del capítulo uno del libro de los Hechos. 1). En ningún momento los apóstoles le concedieron a María un papel prominente. La muerte de María no está registrada en la Biblia. Nada se dice de María acerca de su ascensión al cielo, o siendo de alguna forma exaltada en el cielo. María debe ser respetada como la madre terrenal de Jesús, pero no es digna de adoración. En ninguna parte indica la Biblia que María puede escuchar nuestras oraciones, o que puede ser mediadora para nosotros ante Dios. Jesús es nuestro Único abogado y mediador en el cielo (1 Timoteo 2:5) Si se le hubiera ofrecido alabanza, adoración, u oraciones, María hubiera dicho lo mismo que los ángeles: “¡Adora a Dios!” (Apocalipsis 19:10; 22:9) María misma establece el ejemplo para nosotros, dirigiendo su alabanza, adoración y glorificación solamente a Dios, “Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones, porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre” (Lucas 1:46-49).

PRINCIPIOS BASICOS DE LA BIBLIA

4.3 EL ESPÍRITU DEL HOMBRE

Hay una desafortunada confusión en la mente de mucha gente entre el alma y el espíritu. Esto se ve agravado por el hecho de que en algunos idiomas y traducciones de la Biblia, las palabras ‘alma’ y ‘espíritu’ tienen sólo un equivalente. El ‘alma’, que fundamentalmente se refiere a todos los componentes de una persona, a veces se puede referir también al espíritu. Sin embargo, normalmente hay una diferencia en significado entre ‘alma’ y ‘espíritu’ según se usa en la Biblia; el alma y el espíritu tienen "fronteras" (He. 4:12 – Biblia de Jerusalén).

Las palabras hebrea y griega para ‘espíritu’ (‘Rúaj’ y ‘Pneuma’ respectivamente) también se traducen de las siguientes maneras:

vida; espíritu; mente; viento; aliento

En el Estudio 2.1 analizamos la idea de ‘espíritu’. Dios usa su espíritu para preservar la creación natural, incluyendo al hombre. Por lo tanto, el espíritu de Dios que está dentro del hombre es la fuerza de vida que está en su interior. "El cuerpo sin espíritu está muerto" (Stg. 2:26). "Jehová Dios... sopló en su nariz [de Adán] aliento [espíritu] de vida, y fue el hombre un ser viviente" (Gn. 2:7). Job dice que el "hálito de Dios" está "en mis narices" (Job 27:3 compárese con Is. 2:22). Por lo tanto, el espíritu de vida que está dentro de nosotros se nos da al momento de nacer y permanece con nosotros mientras nuestro cuerpo esté vivo. Cuando se retira el espíritu de Dios de algo, esto perece inmediatamente, el espíritu es la fuerza de vida. Si Dios "recogiese así su espíritu y su aliento, toda carne perecería juntamente, y el hombre volvería al polvo. Si, pues, hay en ti entendimiento, oye esto" (Job 34:14-16). Esta última frase sugiere de nuevo que para el hombre es muy difícil aceptar esta exposición de su verdadera naturaleza.

Cuando, al momento de nuestro fallecimiento, Dios retira de nosotros su espíritu, no sólo muere nuestro cuerpo sino que cesa nuestra consciencia completamente. El conocimiento de esto llevó a David a confiar más bien en Dios que en criaturas tan débiles como son los seres humanos. Salmos 146:3-5 es un duro rechazo a las pretensiones del humanismo: "No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento [espíritu], y vuelve a la tierra [el polvo del cual estamos hechos]; en ese mismo día perecen sus pensamientos. Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob".

Al morir, "el polvo volverá a la tierra, como era, y el espíritu volverá a Dios que lo dio" (Ec. 12:7). Anteriormente hemos mostrado que Dios está presente en todas partes por medio de su espíritu. En este sentido, "Dios es Espíritu" (Jn. 4:24). Cuando morimos "damos el último suspiro" en el sentido de que el espíritu de Dios, que está dentro de nosotros, nos deja. Ese espíritu es absorbido por el espíritu de Dios que se halla a nuestro alrededor; de este modo, al morir, "el espíritu volverá a Dios".

Debido a que el espíritu de Dios sostiene a toda la creación, este mismo proceso sucede a los animales. Hombres y animales tienen el mismo espíritu, o fuerza de vida, en su interior. "Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración [espíritu] tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia" (Ec. 3:19). El escritor pasa a decir que no hay diferencia visible entre el espíritu de los hombres y el de los animales referente al lugar a donde van (Ec. 3:21). Esta descripción de que los hombres y los animales tienen el mismo espíritu y mueren la misma muerte, parece aludir a la descripción de cómo hombres y animales que tenían el espíritu de vida de Dios (Gn. 2:7; 7:15), fueron destruidos con la misma muerte en el diluvio: "Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias, y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices... murió.... fue destruido todo ser que vivía" (Gn. 7:21-23). De paso note cómo Salmos 90:5 compara la muerte con el diluvio. El relato de Génesis 7 muestra claramente que en términos fundamentales el hombre pertenece a la misma categoría de "toda carne... todo ser viviente". Esto se debe a que en su interior el hombre tiene el mismo espíritu que tienen los animales.

Algunos han argumentado que el hecho de que Dios sopló su espíritu en el hombre implica que por naturaleza tenemos inmortalidad dentro de nosotros. Esto no es así. El hecho de que Dios soplara en Adán el espíritu/poder de vida significa que el se convirtió en una criatura viva; pero este hecho es citado en 1 Co. 15:45 como prueba de que Adán era mortal; él era sólo un alma viviente, una criatura viva, pero era mortal comparado con la inmortalidad del Señor Jesús.