domingo, 16 de enero de 2011

PRINCIPIOS BASICOS DE LA BIBLIA

3.2 LA PROMESA EN EL EDÉN

En Génesis capítulo 3 se relata la historia de la caída del hombre. La serpiente fue maldecida por tergiversar la palabra de Dios y tentar a Eva para que desobedeciera. El hombre y la mujer fueron castigados por su desobediencia. Pero surge un rayo de esperanza en este oscuro panorama cuando Dios le dice a la serpiente:

"Pondré enemistad [odio, oposición] entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta [la simiente de la mujer] te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar" (Gn. 3:15).

Este versículo encierra una enseñanza múltiple; necesitamos definir cuidadosamente los diversos elementos que ahí se mencionan. Una "simiente" significa un descendiente o hijo, pero también puede ser plural y significar descendientes o hijos. Más adelante veremos que la "simiente" de Abraham era Jesús (Gal. 3:16), pero que si nosotros somos "en" Jesús por medio del bautismo, entonces también somos la simiente (Gal. 3:27-29). Esta palabra "simiente" se refiere también a la idea de esperma (1 P. 1:23); así que una verdadera simiente tendrá las características de su padre.

Por consiguiente, la simiente de la serpiente debe referirse a lo que tiene semejanza familiar con la serpiente:

-distorsiona la palabra de Dios

-miente

-conduce a otros hacia el pecado

En el Estudio 6 veremos que no existe una persona literal que haga esto, sino que es algo en nuestro interior:

-"nuestro viejo hombre" de la carne (Ro. 6:6).

-"el hombre natural" (1 Co. 2:14).

-"el viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos" (Ef. 4:22).

-"el viejo hombre con sus hechos" (Col. 3:9).

Este "hombre" de pecado que está dentro de nosotros es el "diablo" de la Biblia, la serpiente.

La simiente de la mujer había de ser una persona específica: "Tú [la serpiente] le herirás en el calcañar" (Gn. 3:15). Esta persona había de destruir para siempre a la serpiente, es decir al pecado: "te herirá en la cabeza". Pegarle a una serpiente en la cabeza es asestarle un golpe mortal, en vista de que su cerebro está en su cabeza. La única persona como probable candidato para simiente de la mujer tendría que ser el Señor Jesús:

-"Jesucristo, el cual [por medio de la cruz] quitó la muerte [y por lo tanto el poder del pecado – Ro. 6:23] y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio" (2 Ti. 1:10).

-"Dios, enviando a su hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó el pecado en la carne", es decir, al diablo de la Biblia, la serpiente (Ro. 8:3).

-Jesús "apareció para quitar nuestros pecados" (1 Jn. 3:5).

-"Llamarás su nombre Jesús [que significa ‘salvador’], porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1:21).

Jesús fue literalmente "nacido de mujer" (Gal. 4:4). Era hijo de María, aunque su Padre fue Dios. En este sentido, él fue también la simiente de la mujer, pero no la simiente del hombre, puesto que no tuvo padre humano. Esta simiente de la mujer había de ser herida temporalmente por el pecado, la simiente de la serpiente: "Tú le herirás en el calcañar" (Gn. 3:15). La mordida de una serpiente en el talón es normalmente una herida temporal en comparación con el daño irreparable en una serpiente al golpearle en la cabeza. Muchas figuras de dicción tienen raíces bíblicas: ‘Golpearlo en la cabeza’ (es decir, detener o terminar algo por completo) probablemente se basa en esta profecía acerca de Jesús quien golpeó a la serpiente en la cabeza.

La condenación del pecado, la serpiente, ocurrió mediante el sacrificio de Cristo en la cruz; note cómo los versículos ya citados hablan de la victoria de Cristo sobre el pecado en tiempo pasado. Por lo tanto, la herida temporal que Jesús sufrió en el talón es una referencia a su muerte por tres días. Su resurrección demostró que ésta fue sólo una herida temporal en comparación con el golpe mortal que él dio al pecado. Es interesante notar que registros históricos extrabíblicos indican que a las víctimas de crucifixión se les clavaba a la estaca de madera atravezándoles los talones. De este modo, Jesús fue ‘herido en el talón’ mediante su muerte. En Isaías 53:4,5 se declara que Cristo fue "herido de Dios". Esto alude claramente a la profecía de Génesis 3:15 de que Cristo sería herido por la serpiente. Sin embargo, finalmente Dios aprovechó el mal que Cristo enfrentó, por lo que a Él se le describe aquí como el ejecutor del padecimiento (Is. 53:10), debido a que él controló las fuerzas del mal que hirieron a su hijo. Así Dios se vale también de las malas experiencias de cada uno de sus hijos.

EL CONFLICTO HOY DÍA

Pero quizás usted podría hacerse la siguiente pregunta: "Si Jesús ha destruido al pecado y la muerte (la serpiente), ¿por qué todavía se hallan presentes? La respuesta es que en la cruz Jesús destruyó el poder del pecado en sí mismo; la profecía de Génesis 3:15 se refiere fundamentalmente al conflicto entre Jesús y el pecado. Esto significa que debido a que él nos ha invitado a compartir su victoria, nosotros también podemos finalmente conquistar el pecado y la muerte. Por supuesto, aquellos que no son invitados a compartir su victoria, o que declinan el ofrecimiento, deberán inevitablemente experimentar el pecado y la muerte. Aunque el pecado y la muerte son también experimentados por verdaderos creyentes, mediante su relación con la simiente de la mujer al bautizarse en Cristo (Gal. 3:27-29), pueden tener el perdón de sus pecados y, por lo tanto, finalmente pueden ser salvos de la muerte, la cual es el resultado del pecado. De este modo, en perspectiva, Jesús "quitó la muerte" en la cruz (2 Ti. 1:10), aunque no será sino hasta que el propósito de Dios para con la tierra se haya completado al fin del milenio, que la gente dejará de morir; cuando la muerte jamás volverá a existir en la tierra: "Porque preciso es que él reine [en la primera parte del reino de Dios] hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte" (1 Co. 15:25,26).

Si somos "bautizados en Cristo", entonces las promesas referentes a Jesús, como aquella de Génesis 3:15, se vuelven personales para nosotros; dejan de ser sólo partes interesantes de la Biblia; ¡son profecías y promesas que también nos incluyen a nosotros! Aquellos que se han bautizado correctamente en Cristo mediante la inmersión en el agua, toman parte en su muerte y resurrección, simbolizados en el momento en que salen del agua (véase Ro. 6:3-5).

Si verdaderamente estamos en Cristo, entonces nuestra vida reflejará las palabras de Génesis 3:15; dentro de nosotros habrá un constante sentido de conflicto ("enemistad") entre el bien y el mal. El gran apóstol Pablo describió un conflicto casi esquizofrénico entre el pecado y su verdadero yo que luchaban dentro de él (Ro. 7:14-25).

Después del bautismo en Cristo, este conflicto con el pecado que se halla naturalmente dentro de nosotros, debiera aumentar y continuar así durante todos nuestros días. En un sentido es difícil porque el poder del pecado es fuerte. Pero en otro sentido no lo es, en vista de que estamos en Cristo, quien ya ha luchado y ganado el conflicto.

La primera simiente de la serpiente fue Caín. A diferencia de la serpiente, la cual no tenía entendimiento moral, Caín entendía lo que era la verdad y lo que era la mentira, y entendió lo que Dios requería de él; pero él prefirió seguir el pensamiento de la serpiente que lo condujo a matar y mentir.

En vista de que los judíos fueron el pueblo que verdaderamente dio muerte a Jesús, es decir, hirieron a la simiente de la mujer en el talón, se supone que ellos fueron los principales ejemplos de la simiente de la serpiente. Juan el Bautista y Jesús confirmaron esto:

"Al ver él [Juan] que muchos de los fariseos y de los saduceos [el grupo de judíos que condenó a Jesús] venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de [es decir, engendrados o creados por] víboras [serpientes]! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?" (Mt. 3:7).

"Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos [los fariseos], les dijo: ¡Generación de víboras! Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?" (Mt. 12:25,34).

El mundo tiene estas mismas características de la serpiente. Sólo aquellos bautizados en Cristo toman parte en la simiente de la mujer; todos los demás, en diversos grados, son la simiente de la serpiente. El modo en que Jesús trató a la gente que era la simiente de la serpiente, debe servirnos de ejemplo:

-Aunque les predicó en un espíritu de amor y verdadero interés,

-No permitió que ellos le influenciaran con sus costumbres y formas de pensar, y

-les mostró el carácter amoroso de Dios por la manera en que vivió.

No obstante, por todo esto ellos le odiaron. Su esfuerzo por ser obediente a Dios los puso celosos. Incluso su familia (Jn. 7:5; Mr. 3:21) y amigos cercanos (Jn. 6:66) le pusieron obstáculos y algunos hasta se alejaron físicamente de él. Pablo sufrió la misma experiencia cuando se lamentó ante aquellos que hasta entonces habían permanecido con él en la buena y en la mala fortuna:

"¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?" (Gál. 4:14-16).

La verdad nunca es popular; conocerla y practicarla como debiéramos, siempre nos creará alguna forma de problema, incluso podría resultar en persecución:

"Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el Espíritu [ por el verdadero conocimiento de la palabra de Dios – 1P. 1:23.], así también ahora" (Gal. 4:29).

"Abominación es a los justos el hombre inicuo; y abominación es al impío el de caminos rectos" (Pr. 29:27). Hay un antagonismo mutuo entre el creyente y el mundo.

Si estamos verdaderamente unidos con Cristo, debemos experimentar algo de sus sufrimientos para que también podamos participar en su glorioso galardón. De nuevo, Pablo nos pone en esto un ejemplo incomparable:

"Por tanto, todo lo soporto... Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él [con Cristo], también viviremos con él; si sufrimos [con él], también reinaremos con él..." (2 Ti. 2:10-12).

"Si a mí [Jesús] me han perseguido, también a vosotros os perseguirán... todo esto os harán por causa de mi nombre" (Juan 15:20,21), es decir, debido a que estamos bautizados en el nombre de Jesús (Hch. 2:38; 8:16).

Ante versículos como estos es tentador razonar así: "Si eso es todo lo que me espera por estar unido a Jesús, la simiente de la mujer, prefiero abstenerme". Pero, por supuesto, nunca se nos pedirá que suframos algo que no podamos soportar. Aunque definitivamente se nos requiere abnegación para unirnos plenamente con Cristo, nuestra unión con él resultará en un galardón tan glorioso "que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Ro. 8:18). Y aun ahora, su sacrificio permite que nuestras oraciones en las que pedimos ayuda frente a los traumas de la vida sean especialmente poderosas ante Dios. Y añada a esto la siguiente gloriosa seguridad:

"Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar" (1 Co. 10:13).

"Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo" (Jn. 16:33).

"¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Ro. 8:31).

LA BIBLIA Y EL PAPA ROMANO, II PARTE

El Papa Debería estar Predicando el Evangelio Eterno,

Cumpliendo así la Comisión Dada a la Iglesia:

Como antes ya señaláramos, el Evangelio es el evento del Calvario. Es el medio por el cual Dios consuma Su propósito de convivencia eterna con Sus criaturas al fin de los tiempos de este siglo (véase Efesios 1:10). En el Evangelio alcanzamos libertad de condenación, así lo declara Pablo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús...” (Ro. 8:1). El Evangelio es el acto reconciliador de Dios en Cristo, (2 Co. 5:19). Por lo tanto: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1). Esa paz que el Evangelio provocó para con Dios es la misma paz a la cual Cristo se refirió cuando dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da...” (Jn. 14:27). Nótese cómo Cristo establece una diferencia entre la paz del mundo y la paz que Él nos deja. Ciertamente que la paz del mundo es algo realmente inalcanzable. El hombre siempre estará en guerra consigo mismo y con Dios. La paz es realmente un atributo del Nuevo Siglo. Por lo tanto, predicar el Evangelio es la única forma verdadera de buscar paz para con Dios y guerra para con el mundo y sus intereses: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Cristo, Su Evangelio y Su amor perdonador, constituyen la verdadera paz. El que acepta esa bendita esperanza, vive consecuentemente en paz con los demás, pero el que no cree rechaza esa perspectiva en que Dios le ha colocado, y no tendrá paz nunca; por el contrario, como dijo el apóstol: “...cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina...” (1 Ts. 5:3).

Es ese glorioso Evangelio Eterno lo que da sentido y razón de ser a la Iglesia y al ministerio. Aparte del Evangelio, lo que queda es humana ruina, obscuridad y tinieblas. Predicar el Evangelio significa anunciar el reino venidero y un cielo nuevo donde moran la paz y la justicia (véase Segunda de Pedro 3:13). El Evangelio no consiste en lo que se ha hecho en nosotros ahora, sino que es lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.

El ministerio Papal obviamente no se caracteriza por hablar de paz y de justicia eterna, sino mas bien por hablar de paz y justicia en el presente. Se trata de persuadir a los reyes y gobernantes de la tierra para que alcancen aquello que la Biblia señala y dice que no se alcanzará, sino que, por el contrario, empeorará a tal punto, que si los días no fueran acortados, ninguna carne se salvaría (véase Mateo 24:22).

No es, como piensan algunos, que pretendamos rehuir nuestra responsabilidad para con la sociedad. Es que, sencillamente, queremos y debemos colocar las cosas en el claro orden en que la Palabra de Dios las coloca, pues invertir ese orden es realmente catastrófico en términos eternos que es, al fin, lo que cuenta. La exhortación de Cristo fue: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).

El mejor favor que le podría hacer este rey (el Papa) al mundo sería el de dar un viraje radical en su predicación y ponerse a promover el reino venidero en sus “famosas” homilías. También podría hablar menos de justicia y equidad y, como dice Pedro, colocarse en posición de ejemplarizar con hechos y no con dichos, sus propuestas. Muy bien que podría conducirse con un mayor grado de humildad y vivir como Cristo, pobremente. Por proponer, nadie nunca se ha afectado, por eso los políticos proponen tanto y tanto, pero “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Los únicos que realmente se afectan proponiendo son los predicadores del Evangelio, porque como dice el gran apóstol: “Y también todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12).

Realmente la teología católico-romana se caracteriza porque durante el transcurso de la historia eclesiástica ha rechazado el Evangelio objetivo, histórico y universal que predicaron hombres como Pablo, Lutero, Melanchton y otros. Roma siempre ha pretendido colocar las obras del creyente como causa de salvación. A pesar de las diferencias doctrinales que ciertamente existían entre los reformadores del siglo XVI, ellos también llegaron unánimes a la aceptación de la gran verdad del Evangelio o de la justicia que es por la fe sola. Llegaron también a la conclusión de que si el Papa se oponía a esta verdad central y proponía la salvación por la fe más las obras (como todavía se hace), entonces el Papa era el anticristo.

Concluimos, pues, que visto y evaluado desde todos los aspectos, ni el Papa, ni la Curia romana predican el Evangelio Eterno, y sí otro evangelio. Por tanto, acojámonos al consejo de Pablo que aparece en Gálatas 1:8, y que dice: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema”.

Conclusión

Si los anteriores argumentos aún no han convencido al lector de que el Papa romano es el anticristo, dirijamos ahora nuestra atención hacia la más grande profecía bíblica, me he referido a la profecía sobre la cuarta bestia de Daniel que aparece en el capítulo siete de su libro.

Si deseamos descubrir cuál es el poder representado por la bestia de Daniel 7:7 es necesario resumir todas las características que la Biblia señala sobre ese poder y luego acudir a la historia para ver qué poder reúne todas y cada una de ellas. Las características ofrecidas por Daniel en su libro, por Pablo y por Juan el vidente de Patmos, son las siguientes:

1) Un hombre que habla elocuentemente (Daniel 7:8):
¿Podrá alguien dudar que esta característica identifique o señale claramente a los pontífices romanos y, en especial, al políglota Juan Pablo II?

2) Derriba tres reyes para alcanzar el poder absoluto (Daniel 7:24):
También el rey Papal satisface este señalamiento, pues la historia del origen Papal nos dice que los hérulos, los vándalos y los ostrogodos, quienes se oponían a la elección del obispo romano como Papa, fueron sometidos por la fuerza bélica y cayeron delante de él tal como dice la profecía.

3) A los santos del Altísimo quebrantará (Daniel 7:25):
No puede existir la menor duda respecto al cumplimiento de este señalamiento. La historia es nuestro dictador y, por lo tanto, nadie puede negar que el rey romano está aquí también aludido. Las matanzas, las guerras, y las inquisiciones fueron métodos que caracterizaron a este poder religioso.

4) Pensará en mudar los tiempos y la ley (Daniel 7:25):
Es obvio que Daniel se refiere a la ley de Dios, pues la ley de los hombres es susceptible de ser cambiada por estos. Así las cosas, tenemos, pues, que el único poder en la historia que se ha proclamado con autoridad suficiente para alterar la ley de Dios, ha sido el poder eclesiástico romano con el Papa como director absoluto. Antíoco Epífanes, a quien la Iglesia Católica señala como la cuarta bestia de Daniel 7:7, nunca intervino con la ley moral de Dios, por lo tanto, no satisface este señalamiento bíblico, y hay que descartarlo como tal.

Antíoco, fue un rey que perteneció a la tercera bestia de Daniel 7:6, el Imperio griego, el cual se dividió en cuatro reinos (cuatro cabezas como señala la profecía), siendo este (Antíoco) un descendiente de Seleuco, (uno de los generales que participó de esta división, ocurrida a raíz de la muerte de Alejandro Magno). Por lo tanto, si Antíoco está señalado bajo la tercera bestia, no puede pertenecer a la cuarta bestia —que es un reinado distinto, al estar envuelto en ese simbolismo un aspecto religioso (que sí lo hace distinto, tal y como lo enfatiza en la profecía)—. Esta especificación de Daniel 7:25, sin lugar a dudas, es una alusión al rey Papal con carácter de exclusividad y no puede aplicarse a ningún otro poder político per se.

5) Con sagacidad hará prosperar el engaño (Daniel 8:25):
Se necesita ser astuto o sagaz para llegar a alcanzar el poder y el reconocimiento que estos señores han alcanzado en el transcurso de la historia. ¿Pero cómo es posible que el engaño haya prosperado tanto y tanto en su mano de tal forma que “...se maravilló toda la tierra en pos de la bestia”? (Ap. 13:3).

6) En su corazón se engrandecerá (Daniel 8:25):
Es sumamente sencillo corroborar esta especificación. El “Pontífice” romano realmente se cree santo, siendo ello contrario a lo declarado por el Altísimo en Su Palabra, quien por medio de Su apóstol nos dice: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno [...] por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia...” (Ro. 3:10, 23-24). El Papa permite que se le arrodillen al frente y le besen el anillo; sin embargo, Pedro, dis que su antecesor, no lo permitía (véase Hechos 10:25-26 al respecto).

7) Con paz destruirá a muchos (Daniel 8:24-25):
La paz ha sido siempre el continuo estribillo Papal, pero no la paz del Evangelio, sino la paz temporal, como ya hemos señalado anteriormente. Esta especificación es también satisfecha a cabalidad por la figura histórica que nos ocupa. Las guerras y persecuciones destructivas que este poder ha desencadenado alentando a otros a que peleen por él, han sido ya señaladas por la historia. Daniel dice que se fortalecería, mas no con fuerza propia (8:24). ¡Que claro!, ¿verdad?

8) Objeto de culto:
veamos ahora una extraordinaria característica que el apóstol Pablo señala refiriéndose a este personaje: “...el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (2 Ts. 2:4). Obviamente, la oposición aquí señalada no es una abierta, sino de carácter sutil y soterrada, puesto que evidentemente suplanta a Dios. El vocablo “anticristo” lleva la idea de uno que aunque pretende suplantar a Cristo, lo hace no para canalizar la obra del Señor, sino más bien para distorsionarla y desviarla sin darse a conocer. Es ese el mismo método que señala en otra escritura el apóstol, y que caracteriza a Satanás y a sus ministros; veámoslo: “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia, cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Co. 11:14, 15).

Te exhortamos para que investigues aquello que claramente Dios ha revelado en su Palabra, que es la BIBLIA. No te permitas ser una víctima más del engaño tradicional representado por el catolicismo romano. Debo señalar enfáticamente que podríamos continuar por mucho tiempo evaluando las doctrinas de esa denominación y ni siquiera encontrar una que armonice con la clara Palabra de Dios redactada en la Biblia. Sin embargo, nos conformamos con haberles traído dos de las más connotadas distorsiones que ha atado Roma en su pretensión soterrada de combatir a Dios. El principio de acercamiento a Dios que la Escritura declara con simpleza y claridad meridiana es el objetivo método de la dependencia en nuestro representante y Salvador. El Señor Jesucristo pagó el precio de nuestra participación hace ya casi dos mil años, cuando dio su vida en pago por la de todos los que deseen, por la fe, pasar a formar parte de ese glorioso Nuevo Siglo que está por manifestarse. Es ese el único principio que nos lleva a la vida eterna; mientras que Roma ha pretendido alterar la base de nuestra salvación declarando en el Concilio de Trento que el hombre es salvado por la fe más la conducta personal. Estamos de acuerdo en que el hombre de fe se conduce relativamente bien, pero no podemos estar de acuerdo en que al momento de la salvación esa conducta cuente. ¡Jamás! El apóstol Pablo termina su ponencia en el capítulo 3, versículo 28 de Romanos, del siguiente modo: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” Nótese que Pablo llega a una conclusión irrebatible. Esta diferencia podría parecer algo irrelevante o sin trascendencia, sin embargo, le advierto al amigo lector que la aceptación del método romano de acercamiento a Dios (fe más obras) trae la muerte como consecuencia, pues dirige a la autosuficiencia, al ensoberbecimiento y a la neutralización de la única y exclusiva acción por parte del hombre para alcanzar la vida eterna, que es la total y absoluta dependencia en Cristo. Así de trascendente es este asunto, por eso, Daniel, al señalar este barbarismo en su profecía lo llama un asunto de bestial magnitud.

Hemos presentado, además, ante vuestra consideración, la triste realidad de que la silla Papal no fue establecida por Dios, sino que constituye mas bien una posición creada por los hombres en la historia. Cristo nunca nombró a Pedro su vicario. El obispo de Roma “corrió” y hoy por hoy como “Papa” se ha constituido en un símbolo de opulencia terráquea. El humilde carpintero de Galilea solía decir: “Mi reino no es de este mundo”; y decía, además: “El hijo del hombre no tiene ni en qué reclinar su cabeza.”

Estás advertido: Seguir un sistema despótico que ha llegado a la tortura de sus perseguidos es seguir un camino de muerte. El torturador inicial, Don Inocencio III, constituye una socarronería literaria. ¿Cómo es posible que le llamaran Inocencio a un señor tan pervertido? Si yo fuese miembro de esa iglesia, mañana mismo saldría corriendo y me apartaría de esa ideología malsana, daría un viraje de noventa grados para seguir al Señor Jesús y sus principios de nobleza, equidad, justicia y humildad. ¡Diría con Cristo: “Sed como yo que soy humilde y manso de corazón”! Esa es la bandera que queremos enarbolar, la bandera ensangrentada, símbolo del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Hemos dejado la bestia de Daniel 7 al descubierto.