1- Introducción
Pocos años atrás habría sido difícil de concebir en Latinoamérica
algún tipo de trabajo práctico en común entre católicos y evangélicos.
Crecientemente, sin embargo, uno puede encontrarse con algo semejante,
aunque se trate de pasos tímidos y por temas muy puntuales. Se ha
tratado, en efecto, de tópicos como la oposición al aborto o de aspectos
de la legislación sobre la familia. No es extraño que eso ocurra, pues
los desafíos que se enfrenta son similares. Algunas políticas públicas
respecto de la homosexualidad, por ejemplo, han tenido efectos similares
para instituciones de educación católicas y evangélicas.
Hace ya casi tres décadas el teólogo bautista Timothy George acuñó la
expresión “ecumenismo de trincheras” para designar el tipo de trabajo
nacido en ese escenario. Pero dicho “ecumenismo de trincheras” no es tan
nuevo. La experiencia de los regímenes totalitarios del siglo XX, por
ejemplo, muestra un amplio abanico de experiencias similares. El
luterano Bonhoeffer escribiendo su Ética en un monasterio
benedictino está lejos de ser algo excepcional. Dicho texto combina
además, de un modo que en cualquier época necesitamos, la respuesta a un
dilema urgente con el enraizamiento en todo un modo cristiano de pensar
sobre la vida pública.
Quien se inicia en tal modo de pensar deja de estar simplemente en
trincheras, y comprende que puede haber una reflexión común en torno a
un sinfín de materias, desde nuestro uso del dinero hasta las
dificultades de vivir de modo fiel en un mundo pluralista.
Todo esto parece significativo. Creo que no sólo lo parece, sino que
lo es. Pero debe al mismo tiempo ser visto con alguna cautela: el hecho
de enfrentar un mismo obstáculo, así como el hecho de juntos poder
obtener mejores resultados, no vuelve homogéneas dos creencias; ni
siquiera alcanza a ser un motivo suficiente para efectivamente hacer
algo juntos (salvo que uno que se haya entregado de antemano a la
eficiencia como único criterio, pero en ese caso seguramente no se
estará en condiciones de corregir el rumbo de nuestra cultura). Por lo
demás, si la cuestión se agotara en alianzas estratégicas, tendría un
sentido similar el escribir sobre “evangélicos y musulmanes en la vida
pública” o sobre “católicos y judíos” en la vida pública. Y tales
fenómenos por supuesto también existen, y hay niveles en que pueden
requerir de un impulso mayor. Pero lo que aquí intento abordar es algo
cualitativamente distinto de ese tipo de alianzas.
La razón por la que es algo cualitativamente distinto, se encuentra
en el hecho de que los problemas que hoy enfrentamos guardan cierta
relación con el momento histórico en que se produjo la separación de la
cristiandad occidental. En efecto, hay dos fenómenos del siglo XVI y
XVII que en gran medida siguen configurando el escenario actual: el
surgimiento de confesiones rivales (e incapaces de imponerse por la
fuerza la una sobre la otra), pero el surgimiento paralelo de un Estado
que precisamente en tal escenario de división asume un papel inédito.
Enrique VIII, un personaje bien representativo de ese doble escenario,
es alguien cuya voracidad no se agota en haber dado muerte a Tomás Moro,
el patrono de los gobernantes y políticos católicos, sino que desde un
primer minuto es más bien un “asesino ecuménico”. En un mismo día de
julio de 1540, por ejemplo, decidió decapitar a tres católicos y tres
evangélicos.
Un actor fundamental de la división confesional se nos revela así como
un ejemplo paradigmático del ascendente poder estatal y su actitud ante
toda creencia cristiana robusta.
Eso nos recuerda que muchos problemas contemporáneos parten
precisamente en una encrucijada singular: el surgimiento del poder
secular moderno se encuentra estrechamente vinculado con la división de
la cristiandad. Esto no significa que la Reforma protestante sea un
fenómeno deplorable o innecesario por el que sus herederos debamos
sentir profunda vergüenza; pero sí significa que si reconocemos la
Reforma como una necesidad, podemos tener que aprender a verla como una
“trágica necesidad”.
Verlo como una “trágica necesidad” no implica ni remotamente pensar que
todo lo que ha venido después deba ser considerado catastrófico, que
deba tenerse una imagen puramente negativa de la modernidad. Pero sí
puede contribuir a recuperar una mirada receptiva respecto de la
comunidad de convicciones que existía. Para ilustrar dicha comunidad de
convicciones que subsiste en medio de la lucha confesional, C. S. Lewis
nos invita a considerar a un católico y un evangélico martirizados: el
ya mencionado Tomás Moro, ejecutado por Enrique VIII en 1535, y William
Tyndale, la primera persona en haber traducido la Biblia del hebreo y
griego al inglés, ejecutado el año siguiente por las autoridades
imperiales:
Excepto en la teología, no deben ser mirados como representantes, respectivamente, de un orden antiguo y un orden nuevo. Intelectualmente ambos pertenecían al mundo nuevo: ambos eran filólogos griegos (Tyndale también hebraísta) y ambos despreciaban arrogante y tal vez ignorantemente la Edad Media. Y si suponemos (lo cual es bastante dudoso) que en ese momento se estaba reemplazando un orden feudal por un sistema económico y social más duro, tanto Moro como Tyndale pertenecían al orden antiguo. [...] Ambos exigían que las pretensiones del “hombre de negocios” estuvieran totalmente subordinadas a la ética cristiana tradicional. Ambos rechazaron la anulación del matrimonio del rey. A ellos mismos lo que tenían en común ciertamente les debe haber parecido un mero “factor común”: pero hubiera sido suficiente, si el mundo hubiera seguido al menos eso, para cambiar todo el rumbo de nuestra historia.
Pero recordar esto no puede ser para encerrarnos en la simple queja o
nostalgia respecto de lo que habría ocurrido “si el mundo hubiera
seguido al menos eso”. Más bien tenemos que preguntarnos qué podría
ocurrir si hoy se encontraran un Tomás Moro y un William Tyndale: tras
la experiencia de una época moderna en que han estado separados, ¿en qué
campos podrían volver a trabajar en común? ¿Qué deberían aprender de
cómo ha actuado el otro entretanto? ¿De qué trampas se deben cuidar si
buscan trabajar juntos? Ante el creciente trabajo conjunto en muchas
partes del mundo, requerimos detenernos a reflexionar detenidamente al
respecto.