miércoles, 31 de agosto de 2011

HERMENEUTICA Y SUS RELACIONES

ANALOGIA Y HERMENEUTICA: HACIA UNA EPISTEMOLOGIA
 ANALOGICA PARA EL TEXTO NARRATIVO BIBLICO
Y SU TEOLOGIA
George Reyes 
Introducción
      Como observa Chaves Tesser (1999:7), en el discurso o pensamiento crítico contemporáneo es posible  ahora no sólo oír o leer neologismos y muchos otros términos equívocos,  sino también constatar diferentes tendencias, por ejemplo, literarias, sociales, sicológicas, científicas con las que, queramos o no, debemos aprender a convivir y  dialogar críticamente.  El caso es igual en el campo de la hermenéutica.  No es por casualidad, entonces,  que desde su propio contexto el hermeneuta francés,  Paul Ricoeur (2003),  se haya referido al conflicto que puede detectarse  hoy entre las diversas hermenéuticas; es que cada tendencia en ese campo,  es articulada y practicada según la mentalidad epistemológica prevaleciente hasta la fecha,  a la que cada intérprete se incline, sea ésta moderna o posmoderna.1   
        Aunque de ambas  epistemologías ―moderna y posmoderna―  nos podríamos beneficiar,2 ellas tienden respectivamente hacia un duro fundacionismo  y antifundacionismo epistemológico que,   entre otras cosas,  promueve la voluntad de poder e impide frecuentemente el diálogo en la tarea de interpretación. ¿Cómo, pues, beneficiarse críticamente  en la interpretación bíblica3  de los aportes valederos de ambas? ¿Cómo evitar en ella  la tendencia dura univocista-objetivista totalitaria y la equivocista-subjetivista  escepticista,  que caracteriza respectivamente a la moderna y posmoderna?     
       Considero que en la hermenéutica bíblica la respuesta no puede ser otra que ésta:   mediante la exploración y aplicación al texto sagrado de ese modelo que procura prudencialmente colocarse en  el punto intermedio  de las dos tendencias epistemológicas anteriores,  pero sin predominio de ninguna de ellas;4 la razón fundamental es porque, además de ayudarnos a  superar  los dos extremos anteriores,  este modelo nos permite una objetividad suficiente para poder así   recuperar aquello que habría intentado comunicar el autor,  aunque no como lo quisiéramos;  así, además,  nos ayudaría  a  identificar  una verdad textual que haga mejor justicia al texto.  Este modelo es el analógico, el cual empieza  a ganar hoy un espacio cada vez mayor  en diversas ramas del saber. 5  Luego, el resultado sería una hermenéutica analógica bíblica que, entre otras cosas,  reconoce y acepta la injerencia natural de la subjetividad en ella y provee una salida viable que urge en nuestros tiempos posmodernos.      
        Mediante un diálogo constructivo y crítico, en este ensayo me propongo  explorar brevemente ese modelo  epistemológico anterior,  orientado a la interpretación del texto bíblico narrativo. Para ello analizo primeramente la propuesta hermenéutico-analógica en el campo filosófico, tal como  la expone Mauricio Beuchot, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México (UNAM), investigador de esa misma casa de estudios y pionero de la propuesta analógica en América Latina.    Seguidamente,  exploro  lo que sería una hermenéutica analógica bíblica.  Finalmente,  con base a este modelo, y a modo de conclusión,  formulo  algunas implicaciones  generales del modelo analógico en relación con el texto narrativo.

Mauricio Beuchot: Un nuevo modelo
de epistemología hermenéutica
       Frente a la crisis de la epistemología univocista  cientificista positivista moderna todo parece  indicar que el mundo occidental actualmente marcha hacia otra extrema promovida por la cultura posmoderna. Esta es la equivocista  responsable del relativismo nihilista que va  predominando cada vez más en nuestra sociedad occidental.6    Frente a esta tendencia epistemológica,  Beuchot (2005ab cp. 1996) propone que la mejor alternativa que se pueda dar  es  una epistemología hermenéutica analógica, aunque,  aclara él, ésta se caracteriza por ser preponderantemente abierta.7  Con base a esta epistemología, prosigue Beuchot,  es posible no sólo acercarse más a la verdad textual, sino también restringir las interpretaciones infinitas que se alejan cada vez más de esa verdad. 8  
         Para sustentar su punto de vista,  Beuchot recurre a un principio epistemológico de origen griego y medieval, el mismo que, según él,   ha recorrido la historia y se mantiene viva en el  presente.9 Este principio es el analógico, el cual, afirma él,  enfatiza la diferencia o la diversidad,  pero sin renunciar a la semejanza, lo que permite lograr así cierta universalización y cierto balance en cuanto a objetividad se refiere.
       Antes de ver en qué consiste este principio, y cómo es que  éste lograría ese balance,  es conveniente ver someramente un par de cosas también propuestas por Beuchot. Me refiero a lo que él  entiende tanto por hermenéutica como por  acto hermenéutico y sus pasos respectivos.

Hermenéutica y acto hermenéutico

Naturaleza, propósito y finalidad de la hermenéutica
         La hermenéutica, opina Beuchot,  nació entre  los griegos10y se la puede definir como  ciencia (episteme) y a la vez  como arte (tecné) de interpretar textos.  Es ciencia porque,   al igual que la lógica  —de la cual, según él,  y de algún modo, la hermenéutica se habría desprendido—   tiene  principios que le ayudan a estructurar lo que va aprendiendo acerca de la interpretación de los textos; ésto quiere decir, entre otras cosas,  que en ella juega un papel determinante la argumentación intelectual. Por otro lado, arguye Beuchot, ella es arte porque en el proceso de interpretación predomina la intuición y en el mismo lleva implícito “un conjunto de reglas que se va incrementando al paso que la experiencia interpretativa  nos enseña y alecciona, y como una aplicación bien adaptada de los principios y leyes generales que la hermenéutica va agrupando en cuanto ciencia” (2005:19-20);11 así,  pues, aunque Beuchot pareciera dar un amplio lugar  a la intuición,12 contrariamente a otros hermeneutas como Gadamer privilegia  el método en la tarea hermenéutica de interpretación.
         Siguiendo a los hermeneutas medievales y contemporáneos,  Beuchot considera que, entre los textos a los que la hermenéutica presta mucha atención, están los escritos,  que es la propuesta tradicional; él también incluye a los hiperfrásticos, es decir,   aquellos que  no sólo son mayores que la frase, sino que también, por lo mismo, van más allá de la palabra y del enunciado y, además, se caracterizan por ser altamente polisémicos: los hablados  (Gadamer), actuados (Ricoeur) y pensados.13  Además, Beuchot (2007b cp. Ricoeur 2006:58-82) incluye al símbolo,  el cual es también  un texto polisémico,  pertenece a varios y diversos campos de investigación y conjunta dos dimensiones: una lingüística y otra no lingüística.  Sin embargo, aunque éste es polisémico, arguye Beuchot,  posee una naturaleza analógica por excelencia.14   Es que el símbolo,  prosigue él, tiene un componente icónico,  pues  “no es sólo el signo más rico, porque siempre tiene múltiples significados, también es un signo que manifiesta una semejanza con lo significado, por eso era llamado ‘signo  imagen’, es decir, contiene algo icónico” (2007b: 9). Por eso,  opina este autor, el ícono es el signo híbrido, el análogo y el que ayuda a conocer el texto.  
         Beuchot opina que  todos los textos anteriores son los que más demandan del ejercicio de la interpretación y en los que la hermenéutica analógica, asociada a la sutileza,15se ve obligada a interpretar por ser tanto su principal objeto de atención como  los más difíciles de interpretar  y hacérselo frecuentemente con base a los parámetros de la ciencia o de la razón.  Es sólo con base a la analogía,  prosigue Beuchot,  que se puede rescatar de todos ellos su riqueza y plenitud,  ya que de otro modo,  si el caso fuera el símbolo,  “nos quedaremos  a medias: con el regocijo de la metáfora, pero sin la seguridad cognoscitiva de la metonimia” (2007:33).16  De ahí que Beuchot sostenga que la hermenéutica nace donde se da la polisemia y que el objetivo de ella es no sólo la contextuación aproximada del texto  —situarlo en la medida de lo posible dentro de su original contexto de vida y producción, el “detrás” del texto —,  sino también la comprensión intelectiva, traductiva, explicativa17 o, agregando, interpretativa de su  mundo (ficticio o real)18y del mensaje o la intención del autor,  como resultado  de  esa contextuación.  Según este mismo autor,  esta comprensión será mejor si el lector conoce la identidad de los destinatarios, el momento histórico, el condicionamiento cultural de los mismos así como también el propósito del  autor. Además, sostiene Beuchot,  esta comprensión será mejor,  si el lector es consciente  de lo que realmente él es: un lector;  pero es un lector,  agregaríamos nosotros,  que sabe lidiar  de la mejor manera con su subjetividad y conocimiento anticipado del texto, porque reconoce sus propios intereses, incluso políticos y religiosos,  a la hora de interpretarlo.  
      Como tarea interpretativa, la hermenéutica  procura y tiene como finalidad comprender o conocer, traducir o hacer entender y normar  el obrar.19 Esta es la razón, piensa este autor,  por qué ella está relacionada íntimamente con la ética  ―comenzando con la del propio lector―   que es lo que caracteriza precisamente al sentido analógico. Además,  continúa Beuchot, esta relación con la ética la conecta  con la hermenéutica anagógica o mística, es decir,  con aquella que procura ofrecer  un proyecto a futuro y abrir un  espacio a la esperanza política  (2006:54, 57).20 Es que, opina Beuchot (2006:54),  la hermenéutica no puede ignorar ni destruir  la ontología o metafísica que es atenta al contexto,21la situación, al tiempo, a la historia o, en suma, al ser humano en general  y sus derechos que lo dignifican.  Al contrario, la ha de recuperar analógicamente.  En sus propias palabras: 

     La hermenéutica ha de abrir las perspectivas ontológicas y metafísicas, como lo hizo Lévinas, pero con una medida proporcional que impida que nos quedemos sin ontología alguna, sin suficiente metafísica. Y requerimos un fundamento débil, es decir, analógico, para la hermenéutica misma, para que no se nos ahogue en el relativismo que no conduce a ninguna parte. Sería, en todo caso, como se ha dicho, una ontología analógica, que es muy parecido a lo que pretende Vattimo con su ontología débil, ya que es consciente de que una negación fuerte de la metafísica conduciría a una postura igualmente fuerte y en contradicción con su pensamiento débil.
      Así, pues, podríamos argumentar dos cosas importantes sobre la perspectiva de Beuchot.   La primera es que su hermenéutica desemboca finalmente en el contexto y esto hace que ella sea contextual y solidaria,  aunque  él no lo subraye como sí lo hace Vattimo,  quien arguye colocarse al lado de los marginados, ésto es,  al lado de la diferencia,  en contra de la identidad homogenizada que procura la globalización actual.  La segunda  es que, con su defensa de la metafísica en la hermenéutica,  Beuchot se sitúa en línea con Derrida, Foucault, Trías, los seguidores de Wittgenstein y Vattimo, quienes desde muchos frentes, a su propio modo  y a través de la hermenéutica,  piden la recuperación de la metafísica, aunque ésta, al igual que la hermenéutica en sí,  sea débil y distinta de la prepotente y violenta univocista moderna que procuran combatir.22
      Al parecer, es lo anterior que motiva Beuchot a luchar por la recuperación de una metafísica análoga, incluso una que tenga que ver con el símbolo, es decir, una metafísica simbólica que procure recuperar la experiencia vivencial ―sentimental o emocional―  e intelectiva (Beuchot  2007b).  El resultado sería una hermenéutica metafísica analógica que, no  siendo  racionalista dura, es una que respeta “las diferencias, sin caer empero en el equivocismo… y que pueda universalizar válidamente, sin caer en la univocidad que quiso la filosofía científica y que se mostró irrealizable” (2005a:107).

Su metodología
      Para el fin anterior,  arguye Beuchot, la hermenéutica requiere de una metodología, aunque ésta sea muy general,  ya que tiene que ver con principios y reglas demasiado amplios.  Pues bien,  debido a que la hermenéutica  estuvo tradicionalmente asociada a la sutileza, siguiendo a Ortiz-Osés,  él propone que esta metodología consiste en tres pasos que son a la vez tres modos de sutileza: 1) subtilitas implicandi, 2) subtilitas explicandi, y 3) subtilitas applicandi.  Al igual que Ortiz-Osés,  Beuchot traslada estos tres momentos a la semiótica de la siguiente manera: el primero a la sintaxis ―coherencia entre los signos―, el segundo a la semántica ―sentido textual― y el tercero a la pragmática ― relevancia contextual.  Pero nótese que, contrariamente al autor a quien sigue y que traslada el primer momento a la semántica, Beuchot  (2005:24) lo traslada a la sintaxis,  pues “en ese primer paso se va al significado textual o intratextual e incluso intertextual”.  Esto es así porque, como él arguye acertadamente, es el significado sintáctico el que se analiza en primer lugar en el proceso interpretativo; sin él no puede haber semántica ni pragmática o, más claramente, sin él, en primera instancia, no puede conocerse el sentido del texto ni puede contextualizárselo, sin que se lo viole o imponga uno ajeno al suyo. 23     En sus propias palabras:

En efecto, la implicación es eminentemente sintáctica, por eso la hacemos corresponder a esa dimensión semiótica, y en verdad ocupa el primer lugar. Después de la formación y transformación sintácticas, que son implicativas por excelencia, vendrá la subtilitas explicandi correspondiendo a la semántica. Aquí se va al significado del texto mismo, pero no ya como sentido, sino como referencia, es decir, en su relación con los objetos, y por ello es donde se descubre cuál es el mundo del texto, esto es, se ve cuál es su referente, real o imaginario. Y finalmente se va a la subtilitas applicandi, correspondiente a la pragmática (lo más propiamente hermenéutico), en la que se toma en cuenta la intencionalidad del hablante, escritor o autor del texto y se lo acaba de insertar en su contexto histórico-cultural. Esto coincide además con tres tipos de verdad que se darían en el texto: una verdad sintáctica, como pura coherencia, que puede ser tanto intratextual (interior al texto) como intertextual (con otros textos relacionados); una verdad semántica, como correspondencia con la realidad (presente o pasada) o con algún mundo posible (futuro o imaginario) a que el texto alude, y una verdad pragmática, como convención entre los intérpretes (e incluso con el autor) acerca de lo que se ha argumentado y persuadido de la interpretación, a pesar de que contenga elementos extratextuales (subjetivos o colectivos) (2005:25).
       De modo que,  aunque  pareciera limitar  la contextualización  ―o, como él la llama,  aplicación del mensaje del texto―  al contexto histórico de su autor, 24  Beuchot sostiene que  el método de la hermenéutica es la sutileza y la penetración en sus tres dimensiones semióticas que se van constituyendo y ampliando de manera viva: 1) implicación o sintaxis, 2) explicación o semántica, y 3) aplicación o pragmática.   Si para Beuchot el acto interpretativo es un acto en el que el intérprete es un sujeto activo frente al texto, es de esperarse que, siguiendo a Peirce y a Popper, vea este acto   como  abdutivo, hipotético-deductivo, de conjetura-refutación o de ensayo-error; obviando los elementos semióticos a los que hace alusión constantemente  —pues  considero que poco aportan a la discusión y al  acto interpretativo en sí—, 25  ésto significa que el intérprete, siguiendo lo que en la interpretación bíblica se denomina “espiral hermenéutica”,26emite sentidos hipotéticos del texto a los que hay que aplicar la sospecha hermenéutica.
      Se puede ver, entonces, que, según Beuchot,  en el acto interpretativo confluyen los tres elementos clásicos del acto hermenéutico: 1) el intérprete (oyente o lector),  2) el autor (o hablante), y 3) el texto (o mensaje); obviamente, es en éste último en que los dos primeros se dan cita, ya que es el vehículo para la transmisión del mensaje. Es aquí donde la propuesta hermenéutica de Beuchot muestra más claramente su naturaleza analógica;  contrariamente a los hermeneutas objetivistas y subjetivistas radicales,  aún  dando cierta prioridad  al lector y,  por ende,  a la subjetividad,  Beuchot procura llegar “a una mediación prudencial y analógica en la que la intención del autor se salvaguarda gracias a la mayor objetividad posible, pero con la advertencia de que nuestra intencionalidad subjetiva se hace presente” (2005a:28).
       Ahora bien, esta mediación prudencial y analógica significa, entonces, una opción por la intención del texto y, por supuesto, del autor,  pero consciente de que la interpretación queda incompleta cuando se explora sólo aquella o se privilegia la univocidad y se castiga con ello la equivocidad.  Es que, arguye Beuchot,  al texto y al autor se los lee desde nuestra situación, marco de referencia o, como diría Gadamer, tradición actual propia;27ésto implica que es imposible evitar inmiscuir la propia subjetividad y los errores de comprensión, y  recuperar la intención exacta y total del autor.  Sin embargo, lo anterior  no significa, acota Beuchot,  que el lector   ―empírico,  que no siempre es el hermeneuta―  deba tener prioridad, de tal manera que pueda sentirse libre de crear o recrear el sentido del texto a su antojo y conveniencia,  sin esforzarse por captar de la mejor manera posible el intencionado por el autor  —como lo haría, según Beuchot, el lector ideal—  olvidando que ese mensaje (el más fácil de captar comparado con la intención cuando ésta no es explícita)28  aún  le pertenece a ese autor.  Es que, 

si hemos de hablar de alguna “intención del texto”, tenemos que situarla en el entrecruce de las dos intencionalidades anteriores [la del autor/texto y lector]. Tenemos que darnos cuenta de que el autor quiso decir algo, y el texto  —al menos en parte— le pertenece todavía. Hay que respetarlo. Pero también tenemos que darnos cuenta de que el texto ya no dice exactamente lo que quiso decir el autor; ha rebasado su intencionalidad al encontrase con la nuestra [la del lector]. Nosotros lo hacemos decir algo más, esto es, decirnos algo… Así, la verdad del texto comprende el significado o la vedad del autor y el significado o la verdad del lector, vive de la tensión entre ambos, de su dialéctica. Podremos conceder más a uno o a otro (al autor o al lector), pero no sacrificar a uno en aras del otro (Beuchot 2005:28).
     De modo que,  para Beuchot,  el  desligamiento total del texto del horizonte finito vivido por su autor  es relativo.  Esto es así, ya que, coincidiendo con Ricoeur (2006:38-50),  afirma que el texto sigue siendo un discurso contado por alguien (autor) para alguien (lector/es) acerca de algo (referencia o asunto del que trata); consecuentemente,  éste aún le pertenece a su autor (ese alguien), quien lo escribió enclavado dentro de su propio contexto histórico y cultural, con un fin comunicativo y no sólo estético-literario.   Es así como Beuchot  contribuye a un balance analógico que no sólo limita la liberación total del texto de su autor y su contexto, sino que también deconstruye ciertas tendencias hermenéuticas posmodernas, incluyendo algunas bíblicas (ver De Wit 2002).

Los pasos del trabajo hermenéutico
        El trabajo hermenéutico de interpretación es otro elemento sobresaliente y complementario en la propuesta hermenéutico-filosófica de Beuchot.  Deconstruyendo la tendencia univocista y  equivocista,  Beuchot sostiene que interpretar un texto no es un trabajo instantáneo ni definitivo, sino “un proceso de comprensión, que cala en profundidad, que no se queda en la intelección instantánea y fugaz” (2007:12).   El trabajo de interpretación es, pues,  según él, un proceso durante del cual el intérprete se da a la tarea de comprender un texto determinado, profundizar en su comprensión y ser capaz de explicar, pero también, agregaría, de sospechar de esa comprensión.
        En ese proceso,  donde comprender es explicar y explicar comprender, lo primero que surge ante ese dato y sujeto que es el texto es una pregunta interpretativa que requiere a la vez de una respuesta igualmente interpretativa; mientras la pregunta es un juicio en prospecto o proyecto,  la respuesta  es un juicio interpretativo, ya sea una hipótesis que debe comprobarse mediante una argumentación interpretativa y, posteriormente, ser elevada a nivel de tesis.
       El fin  de la anterior pregunta es ayudar al intérprete a comprender el texto,  y ésta puede ser: ¿Qué significa ese texto?  ¿Qué quiere decir? ¿A quién está dirigido? La respuesta,  especialmente a las dos primeras preguntas,  como ya se dijo,  exige una argumentación interpretativa por  medio de la cual lo que se afirma es  el sentido del texto deja de ser mera hipótesis, ya que éste se vuelve tesis una vez que  ha sido comprobada o avalada mediante la ayuda de la prudencia (phrónesis).29
       De modo que para Beuchot los pasos del trabajo hermenéutico de interpretación parecieran reducirse a uno solo.30 Además, como ya lo he argumentado,  él  opina que el sentido o mensaje del texto  será siempre aproximado, pues, según él,  la hermenéutica analógica tiende a da mayor espacio a la intromisión del intérprete y, por ende,  de su subjetividad.31

Síntesis
       La hermenéutica es arte y ciencia de la interpretación de, incluso, textos que van más allá de la palabra y el enunciado. El objeto de la hermenéutica son principalmente esos textos y su objetivo es la comprensión de los mismos. Ella posee una metodología que se resume en tres modos de sutileza: la subtilitas implicandi (búsqueda de una comprensión de la sintaxis del texto), la subtilitas explicandi (búsqueda de la semántica o una comprensión del sentido del texto) y la  subtilitas applicandi (búsqueda de la pragmática o una contextualización del texto).  Aunque es imposible recuperar exacta y totalmente la intención del autor, en todo el proceso interpretativo ―en el que siempre está presente la subjetividad del autor y del lector― confluyen tres elementos que son claves para recuperar algo  de  esa intención, si se acepta que  el texto aún le pertenece a éste. Estos tres elementos son el texto, el autor y el lector.      
       Los pasos del trabajo hermenéutico de interpretación constituyen básicamente en estar consciente de que frente al texto lo primero que surge es una pregunta interpretativa que exige a la vez  una respuesta interpretativa. Esta pregunta interpretativa específica es: ¿qué significa o qué quiere decir ese texto?   La respuesta a ella, que es un juicio interpretativo, es en primera instancia una hipótesis que debe comprobarse por medio de  la prudencia; una vez comprobada,  es elevada a nivel de tesis,  es decir, pasa a ser considerada como un posible y aproximado sentido del texto, y del cual hay que sospechar.
         El énfasis en el equilibrio analógico-epistemológico que se puede percibir a  lo largo de toda la propuesta hermenéutica de Beuchot es uno de sus aportes más sustanciales.  A lo largo de toda ella,  sin embargo, y aunque se propone una hermenéutica contextual, pareciera olvidar dos elementos sustanciales del trabajo interpretativo: la sospecha hermenéutica y la contextualización del sentido posible del texto como la fase final de ese trabajo interpretativo.    

Hermenéutica y epistemología analógica bíblica

       Hasta donde le sea posible,  como discípulo/a del Señor y siervo/a de la Palabra de Dios, el/la exégeta  se esfuerza por entender con fidelidad el mensaje original del texto dentro  de su propio contexto histórico original,32a fin de encarnarlo finalmente en el  mundo contemporáneo.33  Esta tarea, no obstante, es compleja, ya que median en ella problemas hermenéuticos que exigen ser clarificados y tomar una postura en relación a los mismos. Entre esos problemas está el epistemológico.    
       Dentro del campo protestante evangélico, se acepta generalmente que lo dicho anteriormente debe ser la meta del intérprete y de su tarea interpretativa; ésto  es,  hasta donde le sea posible, su meta debe ser discernir el mensaje tal como lo habrían entendido los lectores originales.  El presupuesto que subyace detrás de este principio hermenéutico filosófico es no sólo que es posible entender el mensaje del texto,  sino que también Dios ha comunicado  a su pueblo un mensaje en ese texto,  del cual espera una respuesta  como efecto de ese mensaje (cp. Kaiser, 1981; Klein, y otros, 1993:187).
        Ciertamente, como cualquier otro ser humano, y con la lente cultural propia, cada escritor/editor bíblico habría querido comunicar por medio del texto que escribió un contenido entendible que pueda producir un efecto transformador  en los lectores de todos los tiempos.   Es  que  Dios quiso que su revelación escrita funcionase  como una ventana a través de la cual se pudiesen ver el mundo textual y cultural e ideológico del texto y su mensaje.
        Desde una perspectiva hermenéutica,  lo anterior es innegable como lo es también el tener como meta de la tarea interpretativa el discernir y entender de la mejor manera posible ese mensaje histórico original.34  Sin embargo,  habría que preguntarse  si cada uno de estos autores/editores  habría querido realmente comunicar  un único y claro  mensaje o, en su defecto,  múltiples, contradictorios y hasta místico o escondido, como proponen respectivamente las hermenéuticas univocista y equivocista.   Responder a estas preguntas es uno de los grandes desafíos con el que se enfrenta hoy la hermenéutica contemporánea,  incluyendo la bíblica. Con todo, considero, aunque no sea una receta totalmente fácil, que la hermenéutica analógica nos puede ayudar a responderlas responsablemente y hasta donde sea posible. Hagamos el intento.
          A través de la historia,  opina correctamente Beuchot (2007a:24-37, 40-142; 2006:16),  en la tarea interpretativa  ―añadiría, incluso bíblica―  la hermenéutica analógica ha acompañado sutilmente  a  la  univocista y equivocista.  Y en los años recientes, gracias a la recuperación y potenciación que de ella hicieran, por ejemplo,  Gadamer, ella ha venido a posicionarse tanto en la hermenéutica como en la filosofía,  sicología y otros campos contemporáneos del saber.35 Por esa razón,  se podría argumentar,  la interpretación analógica estaría contribuyendo tanto a evitar las debilidades y peligros de las interpretaciones univocistas y equivocistas extremas como  a impulsar el equilibrio analógico que tanto se urge en todos esos campos.  Antes de ver esta contribución que la analogía podría hacer en nuestro campo de interés ―la hermenéutica bíblica―, veamos primero lo que se entiende  por analogía y, posteriormente, su aporte en este campo.
         La analogía es una virtud.  Y ella puede ser de proporción y de atribución;  la primera, opina Beuchot (2007a:40-41 cp. 2007b:20-24), se denomina así porque

Establece relaciones entre las porciones, a:b::c:d, y puede ser propia, como cuando se dice: “El instinto es al animal lo que la razón al hombre”, así como también puede ser impropia o [analogía] metafórica, como cuando se dice: “La risa es al hombre lo que las flores al prado”, y así entendemos la metáfora “El prado ríe”. La segunda, la de atribución, establece una jerarquía de propiedad en la atribución de un predicado o varios sujetos, como cuando se dice “sano” se atribuye primariamente al organismo, así puede decirse que un hombre está sano [analogado principal o atribución más propia]; pero también se puede atribuir, secundariamente, al alimento,  a la medicina, al ambiente e incluso a la amistad [analogados secundarios o atribución por relación], pues llegamos a decir que una amistad es sana, o que no lo es; pero esto ya es en sentido impropio. Por eso vemos que hay una jerarquía de atribuciones, en la que la salud se predica de modo más propio al organismo, y de modo menos propio al alimento, y de modo menos propio a la medicina, y de modo menos propio al ambiente, y de modo menos propio aún a la amistad, así: descendiendo desde el más propio al menos propio. Y, sin embargo, es válida la atribución en todos los casos, sólo que en unos más y en otros menos.
           
         Todos esos tipos de analogía ―de proporción propia y de proporción impropia o metafórica, y de atribución principal y secundaria― constituyen el modelo analógico. Aplicada al trabajo hermenéutico bíblico, la analogía de “proporción”  ―que asocia términos que tienen un significado en parte común y en parte distinto―36  permitiría discernir varios sentidos válidos del texto, porque  cada uno de ellos serían  proporcionalmente semejantes los unos a los otros. De este modo,  es posible  aplicar en varios de ellos  la “proporción propia”,  a fin de que se pueda rescatar el lado literal u objetivo de la analogía;  en otros,  se podría aplicar  la “proporción impropia”,  a fin de que se pueda rescatar el lado metafórico o subjetivo de  esa misma analogía (analogía metafórica). De esa cuenta, tendríamos del texto, por un lado, sentidos que podrían ser legítimos, y,  por el otro,   sentidos de los  que,  aún siendo  posibles,  se tendría que sospechar,  por ser productos del lado subjetivo de la analogía. Es aquí donde ese ángulo artístico y prudencial de la tarea interpretativa entran en función; es aquí también  donde se debiera aplicar, además de la sospecha y la prudencia,  las pautas que, por ejemplo,  Klein, Blomberg y Hubbard (1993, pp. 201-209) sugieren para validar una interpretación.
De igual modo, aplicada a la hermenéutica, la analogía de “atribución”  nos permitiría discernir varios sentidos legítimos del texto. Pero esta vez jerarquizados, por decirlo de algún modo, según se desprendan legítimamente del texto, sin imponérselos.37 Esta jerarquización es llevada a cabo  priorizando aquellos  que sean más legítimos que otros,  aún cuando todos puedan pertenecer  al conjunto de sentidos considerados válidos, como sucede cuando se interpreta un texto narrativo desde ángulos diferentes.  Así,  se podría evitar una interpretación excesivamente subjetivista y equivocista, es decir,  una  que tienda tanto a basarse excesivamente en la experiencia o la intuición como  a legitimar sentidos extraños al texto y aún absurdos o contrapuestos.38 Para evitar tal interpretación y tendencias, también aquí es aconsejable validar especialmente aquellos sentidos jerarquizados o considerados más válidos que otros.
         Aunque falta mucho por desarrollar en cuanto a la estructura, la función y el aporte de la hermenéutica analógica, considero que es en este punto donde se puede ver cómo ella contribuye filosóficamente, en suma, de dos maneras valederas en nuestro proceso de  interpretación bíblica.  La primera es proveyéndonos de varios sentidos legítimos del texto, no solamente de uno claro, preciso y objetivo; así,  nos impide caer ingenuamente en lo unívoco, que considera se puede recuperar el significado total y exacto de un texto, autor o hablante.  La segunda,  permitiéndonos en ese mismo proceso  ese  equilibrio o punto intermedio prudencialmente analógico,  al ayudarnos a evitar no sólo el univocismo, sino también  dispersarnos en el  equivocismo extremo que prolifera en la hermenéutica actual, mucho más si se sospecha de nuestras interpretaciones y se las valida responsablemente. Consiguientemente, demuele las tendencias univocistas y equivocistas extremas, y suaviza la polémica existente entre ellas.
       Así,  se entiende que la hermenéutica analógica es un afán tanto de domeñar lo que es dable del texto y su interpretación como de dar lugar a lo que frecuentemente la hermenéutica tradicional ha pasado por alto, siendo algo legítimo: la participación consciente de la subjetividad del intérprete. Así,  además, según mi opinión,  la interpretación analógica  permite una mayor objetividad interpretativa,  que la que postula la univocista pragmatista,  y una menor  y controlada subjetividad respecto que la hermenéutica equivocista relativista (cp. Beuchot, 2005b, p. 28).

Epistemología analógica y género narrativo bíblico 

      
         El modelo epistemológico analógico de interpretación, que evita la univocidad y la caótica equivocidad, puede ayudarnos en nuestra búsqueda de  una hermenéutica narrativa bíblica juiciosamente equilibrada que evite,  en la interpretación especializada o no,  una epistemología tanto subjetivista,  relativista,  pluralista,  alegórica39y de otra índole40como una idealista, absolutista y objetivista a ultranza, que pretende hacernos creer que podemos conocer exhaustivamente y que todo lo conocido está dado,  sin la participación responsable del intérprete del texto.  Esto es porque al optar por un punto de vista que haga mayor justicia al conocer y al ser que interpreta también se hará mayor justicia al texto cuyo mensaje se quiere conocer.
      El resultado de la opción anterior  será una hermenéutica analógica relevante para  el contexto socio-cultural, hermenéutico y teológico que nos ha tocado vivir.  Esta será una hermenéutica bíblica  que se esfuerza por discernir,  juiciosa o responsablemente,  el mensaje del texto con fines transformadores; esta tarea es importante  hoy cuando se nos quiere convencer no sólo que no hay criterios,  reglas ni principios capaces de guiar la ética del ser humano y procurar su transformación como agentes de la misión de Dios,41sino  también que el conocimiento es irrelevante.42Ya que nuestro campo de interés es el texto narrativo bíblico, nos enfocaremos en el mismo;  para ello, es conveniente primero discutir sobre  la naturaleza de ese género.  Lo procuraremos en el capítulo siguiente.

No hay comentarios: