viernes, 2 de julio de 2010

EVANGELISMO TEOCENTRICO

CAPÍTULO 5



LA SOBERANA ELECCIÓN DE DIOS Y EL EVANGELISMO

La idea de que la soberanía de Dios solamente se expresa en los decretos divinos es bastante común, pero bastante errónea. La Soberanía divina se expresa también en los mandatos divinos. Ha sido dicho con frecuencia que mientras que el Calvinismo pone todo su énfasis en la Soberanía divina, el Arminianismo lo pone en la responsabilidad humana. El Calvinismo no es inconsistente de tal modo; precisamente porque hace un énfasis tan fuerte en la Soberanía divina, tiene que enfatizar no con menos fuerza la responsabilidad humana. El Arminianismo enseña que Dios ajusta sus decretos a los poderes del hombre, y por lo tanto nunca excede al hombre en lo que este no puede hacer. La fe Reformada mantiene que Dios requiere del hombre perfecta obediencia a su ley, aunque este se halle en estado caído, e incapaz de rendir tal obediencia.

El Arminianismo nos dice que la responsabilidad humana está limitada por la humana inhabilidad; pero la fe Reformada no acepta tal descripción. Aplicando lo antedicho al Evangelismo, la Soberanía de Dios se expresa vigorosamente en los muchos mandatos misioneros que hallamos en la Biblia y en la medida en que se reconoce la Soberanía divina, debe el creyente ser celoso en llevar a cabo tales mandatos. La soberanía Mediadora de Cristo La muerte y la resurrección de Cristo marcan la transición del nacionalismo judío al universalismo, pero los mismos acontecimientos marcaron la coronación de Cristo como Mediador. Esta transición y esta coronación no dejan de estar bien relacionadas. Ocurrieron simultáneamente porque eran parte del mismo suceso.

La permanente validez de la gran Comisión Como las aves han sido hechas para volar y los peces para nadar, así el cristiano tiene que testificar de su Salvador. El derramamiento del Espíritu en Pentecostés hizo de la Iglesia Cristiana una iglesia testificante, tiene que aceptarse plenamente. El conocimiento universal de la Soberanía de Cristo El deber de enseñar excede a todo límite. Un discípulo es alguien que es enseñado, y por tanto presupone un maestro. Tiene que desecharse la idea de que en el Evangelismo las gentes tienen que ser inducidas a aceptar el Evangelio por otros medios que la enseñanza, es decir que basta un llamamiento emocional para venir a ser discípulos; los cuales serán enseñados después. Se viene a ser discípulo de Cristo, no meramente aceptándole con fe como Salvador; si no por reconocerle como Señor. Estos dos actos son inseparables: la fe en Cristo y la obediencia a Él. El fin del Evangelismo es el reconocimiento universal de la Soberanía de Cristo.

Apoyándose en la Soberanía de Cristo Los apóstoles debieron quedar extrañados cuando el Señor les comisionó para que fueran a hacer discípulos en todas las naciones. Este mandato era poco menos que sobrehumano. ¡Totalmente imposible! diría la razón humana. Su Maestro conocía sin duda sus pensamientos; por esto vino a decirles: Si confiareis en vuestro propio poder de cierto sería un fracaso, pero recordad que no estáis solos, Yo soy el escogido de Dios para estar a vuestro lado; mi nombre de antiguo es El Señor de los Ejércitos. Mía es toda autoridad y poder en el Cielo y en la tierra; ni Satanás con todos sus huestes puede haceros nada sin mi permiso. Seguramente en el mundo tendréis tribulación, pero no temáis yo he vencido al mundo (Juan 16:33) "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos, el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer"(Juan 15:5) Se piensa comúnmente acerca de la gran Comisión como un mandato misionero. Es esto y mucho más que esto. Su verdadero tema es la Soberanía de Cristo. Es una declaración gloriosa de su Soberanía; es un mandato soberano el proclamar su nombre en todas las naciones; es una demanda incondicional al reconocimiento universal de su Soberanía.

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