CAPÍTULO 4:
EL PACTO DE LA GRACIA DIVINA Y EL EVANGELISMO
Todo lo que Dios requería del pecador, a fin de participar de su salvación, era fe en el Salvador. Esto es, una fe viva, manifestada en obras de amor. Este convenio es comúnmente y acertadamente denominado el Pacto de la Gracia. Este pacto es continuo por todas las edades. Abraza a los creyentes de todos los tiempos. El pacto y la Elección La Teología Cristiana está compuesta, podríamos decir, por parejas de verdades complementarias. La doctrina de la Elección divina y la del Pacto de la Gracia forman una de tales parejas. La Elección tuvo lugar en la Eternidad. El Pacto concebido en la Eternidad, fue establecido en el Tiempo, y administrado a través de la Historia. En la Elección, el hombre era totalmente pasivo, en el Pacto el hombre viene a ser activo. Ejerce fe activa en Cristo y, movido por esta fe, entra en una vida de obediencia y gratitud.
La Elección es monofacética o tiene un solo lado, el Convenio de Gracia es a la vez monofacético y duofacético o sea que tienen dos lados. Dios eligió a ciertos pecadores para la salvación. En ningún sentido se eligieron ellos a sí mismos. Del mismo modo Dios estableció el convenio de la Gracia, no por mutuo acuerdo entre Dios y el hombre, ni con el consentimiento del hombre. El Pacto de la Gracia vino a ser por pura voluntad divina. Es mucho mejor definir el Pacto como una disposición de Dios a favor del hombre, que describirlo como un convenio entre Dios y el hombre. En la ejecución del Pacto entran las dos partes, Dios promete y manda, el hombre está bajo la obligación de querer y obedecer. La Elección es totalmente incondicional. El Pacto de la Gracia, en cambio, es condicional e incondicional. La salvación es condicionada a la fe y a la obediencia. Todos los que creen en Jesús como Salvador serán salvos. Antes de que la fe y la obediencia vengan a ser actos del hombre son dones de Dios; la doctrina de la Soberanía Divina hace fuerte énfasis en la Elección, y la responsabilidad humana está implícita en ella.
En el Convenio de la Gracia, Dios exige del modo más explícito fe y obediencia. Enfáticamente hace al hombre responsable por el ejercicio de la fe y la práctica de la obediencia. En la Elección Dios consideró a los suyos como muchos individuos y no como un organismo. Mientras que la Elección puntualiza el hecho de que Dios escogió a unos de dos hermanos gemelos, a Jacob, no a Esaú (Romanos 9:10-12); la doctrina del Pacto enfatiza la verdad de que al impartir su gracia salvadora a los hombres, Dios ha ligado por lazos de sangre, por su misma gracia; a los que tiene en cuenta. La Elección garantiza la salvación de algunos, no de todos. El Pacto de la Gracia afirma la salvación, no de cada individuo pero sí de la raza humana. La actualidad de la Elección Dios escogió a los suyos desde la Eternidad.
En la Eternidad Él decretó los que tenían que ser salvos. Del mismo modo en la Eternidad decretó el método y los medios para su salvación. Los elegidos tienen que oír acerca de la obra salvadora de Cristo, lo que se hace por la predicación del Evangelio. Y habiéndolo oído tienen que creer en Cristo como Salvador y Señor. Esto es cumplido por la benéfica aplicación del Evangelio a sus corazones por medio del Espíritu Santo. En resumen, su salvación es realizada por medio del Pacto de la Gracia. Todos los elegidos de Dios son salvos por el Evangelio; ni uno de ellos puede ser salvo sin él. El Universalismo y la separación Desde el principio de la historia Dios traza una clara línea de separación entre su pueblo elegido y el mundo. Se ha dicho con frecuencia que Israel fue aislado del mundo, pero sería mejor decir que fue hecho una isla de bendición. Su aislamiento era el mejor medio para su universalismo.
El Pueblo escogido de Dios, fue separado de los pueblos paganos de la tierra para que en la plenitud del tiempo pudiera traer al Salvador del mundo, y proclamar su Evangelio a todos los confines del globo. En la presente Dispensación, también la separación es un medio para el fin del universalismo. El Nuevo Testamento está lleno de exhortaciones a la Iglesia para que salga del mundo. Ha habido iglesias que han hecho énfasis en la separación a expensas del universalismo y no pocas enfatizan el universalismo a expensas de la separación. Aunque parezca extraño tienen más interés en traer el Evangelio al mundo que en guardar a la iglesia de la mundanalidad. El pacto de los hijos y los extraños Los hijos de los creyentes, así como sus padres, están incluidos en el Pacto de la Gracia. Dios estableció su pacto con Abraham y su simiente. "Para vosotros es la Promesa, y para vuestros hijos" (Hechos 2: 39).
Los hijos no heredan la gracia salvadora de sus padres creyentes como heredan sus bienes mundanales. No es una continuación sin excepción. En la continuación de su Pacto de padres a hijos, Dios quiere emplear medios y los medios son la educación cristiana. Hay cristianos que descuidan la educación religiosa de sus hijos y muestran a veces gran celo para el evangelismo de los extraños. Por el otro lado, hay también creyentes que se concentran en la educación de los hijos del Pacto hasta tal punto, que toman poco o ningún interés en evangelizar aquellos que están ajenos a los pactos de la promesa. En su sermón de Pentecostés, Pedro declaró a sus oyentes judíos que la Promesa era, no solamente para ellos y para sus hijos, "sino para los que están lejos; a todos cuantos el Señor nuestro Dios llamare" (Hechos 2: 39).
Al convertido y su casa Dios ha prometido ser el Dios, no solamente de los que creen, sino también de sus parientes según la carne. El que predica el Evangelio, no solamente puede tener la seguridad de que Dios tiene su pueblo, y Cristo sus ovejas, en los lugares más inesperados, y que éstos tarde o temprano responderán el Evangelio con fe, sino también la seguridad de que cuando Dios empieza la buena obra en el corazón de un padre o madre la continuará en el de sus hijos. Impartirá su gracia salvadora aún a los hijos de sus hijos en generaciones lejanas de la misma familia.
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