Todos
hemos hecho un viaje que nos ha llevado a pensar en las heridas que
provocamos en las manos del Señor, cada uno de nosotros, con nuestros
pecados, con nuestras carnalidades. Con nuestras actitudes hemos
contribuido a lacerar el cuerpo de nuestro Señor. Pero también nos lleva
a un viaje en el que pensamos qué bueno que nos encontramos con Cristo
Jesús y nos hizo nuevas criaturas. En este viaje de la vida me he
remontado a mi infancia, tuve la dicha de conocer a Cristo cuando era
niño, tuve el privilegio de nacer en una familia cristiana evangélica y
tuve la dicha de tener a la par a mi abuela Gerónima viuda de López, la
abuela Choma. Les he hablado de ella, muy pocos la conocieron, yo sí la
conocí. Conocí a mis abuelos paternos, porque mi madre quedó huérfana a
los cuatro años de padre y de madre, por cierto me contaba el otro día
que su abuelo, Víctor Roche, fue pastor de una pequeña iglesia en el sur
del país. Así que por ambos lados tengo una buena herencia cristiana.
Y en mi infancia, la iglesia que me quedaba a un paso de perico, me
sirvió de refugio, ahí encontré la alegría de mi vida, ahí encontré el
propósito para vivir, ahí logré estudiar para predicar y llegué a ser
copastor de esa iglesia bautista, El Calvario Central, en la que Dios me
permitió crecer. Los primeros cuatro años de mi educación primaria los
fui a hacer en un colegio evangélico llamado Emmanuel, estaba en la zona
8, se le conocía como La Colina, porque era una de las colinas de Vista
Hermosa 8. Todos los lunes había un devocional, en la capilla, fui
llamado a la conversión y varias veces, siendo yo chico, pasé al altar a
aceptar a Cristo, pero fue cuando tenía 12 años que en una escuela
bíblica de vacaciones, lo que hoy llamamos una “Semana de arte y
recreación”, pero también es bíblica, allí con mayor conciencia. A los
12 años los niños tienen un ceremonial en Israel que se llama Bar
Mitzva, allí declaran al muchachito hombre y lo hacen responsable. A esa
edad ya tiene bastante sentido de responsabilidad y si sus hijos no la
tienen, se le está pasando la época.
A los 12 años recibí a Cristo Jesús como mi Señor y Salvador personal
y en diciembre de ese año, 1962, en una de esas frías noches de
diciembre en Guatemala, me bauticé en agua, en un bautisterio que
existía en el templo de El Calvario, atrás, en la pared del fondo,
estaba dibujado un paisaje muy bonito que ilustraba el paso del hombre
por la vida y el rapto que se daba, era una historia de todo el
Evangelio. Pues allí, me bauticé a los 12 años. El agua era fría,
créame, ahí uno experimenta la muerte espiritual. Cuando uno se bautiza
muere en Cristo y resucita, ahí sí sentí lo helado de la muerte, pero ya
estaba entrenado para lo frío, porque cuando no teníamos agua en la
casa había que ir a bañarse a la pila pública y, créame, bañarse a las 5
de la mañana allí, eso sí es frío y si usted no se estaba quieto le
sonaban con la palangana en una de las nalgas y aunque tratara de
aquietarse, esos guacalazos de agua fría lo hacían vibrar como nada.
En los inicios del año 63 mi abuela, que tenía 80 años de edad cuando
yo nací y que podía tener sus 86 u 87 años iba a predicar a las
iglesias de la ciudad capital, que no eran muchas, yo casi siempre la
acompañaba. Cuando llegaba a un lugar y se sentía cansada, se sentaba.
Yo la entiendo ahora que ya voy llegando a los 80, tengo 64 años, pero
ya voy llegando. Cuando usted se cansa tiene que sentarse. Yo miro a
nuestros nietos que no paran, corren, brincan pero cuando usted ya va
llegando a la tercera edad, no solo tiene plata en el cabello, oro en
los dientes, sino que tiene plomo en los pies. Le cuesta caminar. Mi
abuela se sentaba, abría una bolsa grande y ahí sacaba un banano, una
fruta, un dulce y yo pacientemente la esperaba, nos subíamos al bus, nos
íbamos a la iglesia donde ella iba a predicar y luego compartía.
Cuando iba a citar un texto bíblico me llamaba. Jorge, léeme allí en
el Salmo 91, Mateo 24 o Santiago 4, según el pasaje que ella iba a
utilizar para predicar. Y ahí pasaba yo, un muchachito pequeño,
chiquitito. Ahí estaba con mi abuela, al frente del grupo de señoras
leyendo la Biblia. Mi abuela era analfabeta, no sabía leer ni escribir
pero sabía más Biblia de memoria que la que yo sé. Hoy comprendo que la
abuela estaba haciendo una labor de discipulado de su nieto. Cuando
salía a repartir tratados me llevaba con ella, tratados le llamamos a
una hojita que tiene impreso un mensaje del Evangelio y nosotros lo
repartíamos a la gente en las calles, muchos lo recibían y otros lo
tiraban, los recogíamos y los volvíamos a repartir.
Ya estaba mi abuela en sus 80 discipulando a uno de sus nietos. Cada
vez que era hora de ir a la escuela, en horas de las tarde, yo pasaba
con ella y le decía abuela, regáleme un centavo. Porque con un centavo
en los años 50 se compraban muchas cosas en las tienda. Con un centavo,
se compraba un helado, un puño de dulces. Siempre me decía, cómo no, te
voy a dar el centavo pero primero léeme Lucas 5. Todos los días tenía
que leerle un pasaje de la Biblia, si quería mi centavo. Me enseñó dos
cosas en el discipulado muy importantes para un futuro pastor. Uno, leer
la Biblia, y dos aceptar ofrendas. Ahí aprendí a recibir ofrendas,
desde niño ya sabía que si leía a mi abuela un capítulo de la Biblia me
daba la ofrenda de un centavo.
Esa abuela me fue discipulando, me fue enseñando a leer la Biblia, a
compartir el Evangelio con otras personas, y ahí que llegó un día en el
que tuvo una experiencia interesante. Se las voy a repetir, hay muchos
que no la conocen. Cuando yo nací había un primo que vivía en el
dormitorio de mi abuela, mi primo Hugo y desde que yo tenía memoria él
estaba en una cama en el dormitorio de ella, había nacido paralítico,
sordo, mudo y epiléptico y su mamá, mi tía Elisa, por alguna razón que
yo no desconozco decidió llevarlo para que lo cuidaran la abuela y mi
tía Raquel, que eran las que lo bañaban todos los días, le daban der
comer, lo vestían, lo sacaban al sol y yo contribuía con lo que podía,
iba a jugar un rato, él se reía, pero aprendí también en ese discipulado
desde mi infancia que usted no protesta, no se queja, porque tiene un
nieto enfermo, paralítico, epiléptico sino que usted lo que hace es
servirlo con mucho amor.
Ahí aprendí que el amor más puro y más sincero se expresa cuando
alguien está con capacidades diferentes. Yo nunca vi quejarse a mi
abuela ni a mi tía. Pero una noche, empezó Hugo con paroxismos, uno tras
otro, ataques epilépticos y es triste ver a alguien que sufre
epilepsia, el rostro se le desfigura, todo el cuerpo se le crispa. Hasta
que esa noche murió. Pero ahí me quedó otra cosa muy buena, una lección
muy importante, mi abuela que tenía 90 años, en ese momento, se tiró al
suelo, se arrodilló, levantó sus manos al cielo y dijo: gracias Señor,
porque te has llevado a Hugo a tu presencia. Ahora sí, Señor, me puedes
llevar a mí.
Quien lo iba cuidar, Señor, si yo me hubiera ido antes.
Eso es un discipulado real, eso es un discipulado que se enseña con
la vida, con el ejemplo, enseñándole a los demás que el amor no siempre
es muy hollywoodense, no siempre es de besos y abrazos, muchas veces es
de cambiar pañales por treinta y pico de años, eso no es muy fácil. No
pasó un año sin que la petición que hizo mi abuela se hiciera realidad.
Entonces, cayó enferma. Pasaba sus días y sus noches cantando himnos,
recitando salmos y evangelizando a los vecinos y parientes que llegaban.
Uno de los casos extraordinarios de esos días de agonía, fue la visita
de mi tía Teresa. La hija de mayor edad, tenía más de 30 años de no
visitarla, porque su mamá se había convertido a Cristo, se resintió por
esa decisión de convertirse en cristiana evangélica.
Pero supo que se moría su mamá y llegó a verla. Una tía muy dura, se
veía su estilo muy fuerte, como que estaba resentida por muchas cosas.
Ahí mi abuela le habló de Cristo y le dijo: Teresa, estoy a punto de
irme al cielo y si tú quieres ir conmigo y quieres verme de nuevo, tú
tienes que entregar tu vida a Jesucristo, arrepentirte de tus pecados y
reconocer a Jesús como tu Señor y Salvador personal. Los años que yo la
vi vivir de ahí en adelante, a la vecindad de mi casa, fue una mujer
fiel al Señor. Agonizaba la abuela y todavía evangelizando a sus hijos.
Hay esperanza, su hija, su hijo que no quieren estar en los caminos del
Señor, tenga paciencia, siga compartiéndoles de Cristo, siga orando por
ellos, siga esperando, Dios no ha terminado de obrar, la promesa es cree
en el Señor Jesús y serás salvo tú y tu familia. Su familia será para
Cristo.
En la madrugada llegaron a despertarme y me dicen: Jorge, te llama la
abuela. Me levanto medio adormitado a la casa de la abuela, entro y el
cuarto estaba lleno de gente, y me dice: Jorge, arrodíllate, y a la
orilla de su cama me arrodillé y ella extendió sus grandes manos, las
puso en mi cabeza y empezó a bendecirme y a decir: Dios mío, haz de mi
nieto un predicador del Evangelio, hazlo un siervo tuyo Señor. Y en ese
momento, yo recibí un rumbo para mi vida, ella marcó mi vida, me
discipuló y contribuyó con todos los demás que hicieron un discipulado,
los maestros de la Escuela Dominical, los pastores de la iglesia, mi
madre, los líderes de jóvenes, pero la abuela tomó muy a pecho el asunto
y allí marcó mi vida. Dos horas después falleció, pero aquí estoy
cumpliendo el deseo y la oración de una abuela que discipuló a su nieto.
Gracias a esos viejos discipuladores de estos niños en aquel
entonces, ahora somos los viejos discipulando a los niños y a los
jóvenes. Y yo le digo a Dios, porque este nieto de la abuela Choma
predica el Evangelio, pero ahora hay bisnietos de ella predicando el
Evangelio y pronto habrá tataranietos predicando el Evangelio, todo
gracias a una mujer que cumplió con el deseo, el último deseo de Jesús.
El último deseo de Jesús es muy importante, el último deseo de mi abuela
fue que Dios me hiciera un predicador del Evangelio. ¿Sabe cuál es el último deseo de Jesucristo, quien dijo claramente cuando ya estaba a punto de irse?
Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto,
vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a
obedecer todo lo que les he mandado (Mateo 28:18-20).
Los últimos deseos de Jesús fueron muy claros, muy profundos y están
vigentes. El último deseo de Jesús antes de ser llevado al cielo, en la
cruz, fue Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Ese fue el
último deseo antes de morir. Y usted y yo hemos alcanzado ese último
deseo de Jesús, porque Dios nos ha perdonado todos nuestros pecados y
estamos aquí hechos nuevas criaturas. Pero antes de irse al cielo, las
últimas palabras de Jesús resonaron en sus discípulos, “vayan y hagan
discípulos a todas las naciones”. Nosotros tenemos que ir y hacer
discípulos.
Hoy me da un poco de pena, porque muchos jóvenes predicadores y
muchas iglesias han cambiado el concepto de la Gran Comisión, así se
conoce el deseo de Jesús en Mateo 28, en vez de ir y hacer discípulos
como que se confundieron y ahora leen: ir y traer discípulos. En vez de
ir y hacer discípulos van a traer discípulos. Miran a una iglesia que
tiene algunas personas ya discipuladas, que han aprendido a obedecer lo
que Dios ha mandado y entonces los empiezan a seducir de alguna manera, a
veces hasta con profecías, a veces instándolos a actividades,
regalándoles cosas, en fin, para llenar su templo con discípulos hechos y
ya no siguen haciéndolos.
¿Creen ustedes que la Gran Comisión de Jesucristo es solo para la
Fraternidad Cristiana de Guatemala? ¿Solo nosotros somos los que tenemos
que predicar el Evangelio y hacer discípulos? -Ay hermano, es que Dios
le ha dado a usted el “don” de la evangelización-. Es que no es un don,
es una comisión y la comisión se la ha dado a las Asambleas de Dios, a
la Iglesia de Dios, a los bautistas, a los presbiterianos, a todas las
iglesias de distinto nombre que existen. Todas tenemos la Gran Comisión
de ir y hacer discípulos. ¿Cuántos discípulos ha hecho usted? ¿Cuántos
discípulos ha formado? Si usted no ha hecho un solo discípulo, ¿no cree
que sea tiempo de empezar a hacer uno? Pastor, pero usted es el que
predica. Sí, yo soy el que predica, pero aquí tenemos quinientas setenta
células en las que hay mil ciento cuarenta predicadores y en las
células hay otros predicadores y cada uno donde está, usted predica
donde está sin decir nada y con su conducta usted predica y cuando ven
que usted se roba las cosas que son de la empresa, está predicando mal,
pero cuando ven que usted es de los que no se roba las cosas de la
empresa, dicen de veras usted es cristiano, cuando ven que usted sí
cumple y paga sus impuestos, dicen que usted sí da al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios.
Todos debemos cumplir la Gran Comisión, hay que obedecerla, hay que
hacerla una realidad, ¿cómo hacemos un discípulo? Muy sencillo, si usted
tiene un nieto, si tiene un hijo, ahí tiene un posible discípulo,
enséñele a ahorrar, a leer la Biblia, a diezmar, enséñele a amar al
prójimo, enséñele todo lo que usted ya sabe. Eso es lo que hacemos en la
Zona de Campeones con los niños, discipulándolos, enseñándoles. Pero si
nosotros le enseñamos al niño a no mentir y usted en su casa es el
primer mentiroso, no está colaborando con el discipulado, tiene que
colaborar. Si lo llaman para cobrarle, usted no debe decirle a su hijo
deciles que no estoy, porque ahí le está enseñando a mentir. Agarre el
teléfono y diga a su acreedor disculpe que no he podido pagarle, ya
podré pagarle. Pero maneje la verdad.
Dios quiere que nosotros seamos obedientes a la Gran Comisión. Estar
dispuestos a cumplir y hacer discípulos a todas la naciones, ser luz en
medio de las tinieblas, que podamos transformar vidas con nuestro
ejemplo y llevar a los recién convertidos al bautismo en agua, el
bautismo en agua es clave, por eso dice bautizándoles en el nombres del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el bautismo es la muestra pública
que al sumergirse está muriendo con Cristo a su vida pasada y que al
salir del agua está resucitando a una nueva vida con Él. No bautizamos
niños, porque la Biblia dice en Marcos 16 el que cree y es bautizado
será salvo. Primero hay que creer y luego bautizarse, un niño no está en
capacidad de creer y si un niño se muere no se va al limbo, el limbo ya
no existe aún desde el punto de vista de la Iglesia Católica. Si un
niño se muere, de los niños es el reino de los cielos, no se aflija, si
su niño no está bautizado y se muere, vuelve al Señor.
Pero cuando el niño ya cree, hay que bautizarlo en agua y por eso es
importante discipular a nuestros niños para que crean y enseñarles a
obedecer todo lo que el Señor nos ha enviado. Por eso cuando
discipulamos no solo enseñamos, supervisamos, corregimos y animamos como
cuando a un niño lo enseñamos a comer. Ojalá pudiera agarrar a su bebé
cuando sale del hospital y decirle: hijo, aquí en la Tierra, las
necesidades fisiológicas las hacemos en el baño, así que de ahora en
adelante al baño. Mentira. No puede ser, no puede obedecer esa criatura,
tiene que ser enseñada, eso es discipular. Tenemos la importante
necesidad de enseñar a nuestros hijos.
Se convierte su amigo, hay que discipularlo y nosotros vamos a
ayudarlo, llevándolo a la célula, inscribiéndolo en la Facultad de
Liderazgo, ahí los catedráticos le van a enseñar, él va aprender. Ocho
meses, veintiocho temas sobre visión de la iglesia, liderazgo sobre
doctrinas básicas y ahí se le van a llevar a un retiro espiritual. Todo
eso es parte del discipulado. Invierta en el discipulado de sus amigos,
de su familiar, de su hijo y recuerde que Jesucristo termina diciendo:
“y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. Y
esto grábeselo, Jesús dijo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del
mundo. Aunque esté preso, en el hospital, ahí estará con usted. Aunque
se quede huérfano ahí estará con usted. Aunque se quede viudo o viuda,
estará con Usted. Aunque termine divorciado ahí estará con usted. Donde
quiera que esté, el Señor ha prometido estar con usted, siempre.
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